El mismo batallón inglés que asaltó la muralla en 1813 regresa a San Sebastián. Cincuenta soldados recorren los lugares de la Parte Vieja y Urgull en los que se libró la batalla contra los franceses hace doscientos años
25.06.13 - 00:05 - ÁLVARO VICENTE | SAN SEBASTIÁN.|
Pasaron desapercibidos por San Sebastián. Podían haber sido confundidos con cualquiera de los grupos de turistas extranjeros que se dejan caer en nuestra ciudad. Solo las mochilas de camuflaje que cargaron sobre sus hombros les delataban. El ejército inglés ha regresado a San Sebastián doscientos años después. Una de las cuatro baterías de soldados ingleses -Lawson's Company- que en agosto de 1813 abrió una brecha en la muralla que protegía la ciudad, obligando a los franceses a replegarse al Castillo de la Mota, rememoró, el pasado domingo, cada uno de los movimientos que realizaron sus antepasados en aquella batalla que se saldó con la ciudad de San Sebastián incendiada, a excepción de la calle de la Trinidad, hoy 31 de Agosto.
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Barkamena
eskatzera
Orain 200 urte
Donostiako Bretxatik eraso egin zuen soldadu-bateria bera etorri da gu
bisitatzera. Donostiarrak erail, bortxatu, lapurtu eta mesprezatu zuten Lawson konpainiaren oinordekoak, alegia.
Zertara etorri dira? Barkamena eskatzera? Horrela ez bada, zer interes ezkutua
dute tropa sarraskitzailea gonbidatu duten horien aliatuek?
Egia da 1813ko
bigarren mendeurrena ospatzen, gogoratzen eta gozatzen ari garela ekitaldi
saski-nahaski multzo barreiatuan. Nonbait, denak balio du. Oraintxe
gertatutakoak ezagutzeko dokumentala bat egin, sarraskia salatu eta berehala
bibaka eta goraka hartzen ditugu orduko bortxatzaile eta hiltzaileak. Ez dago
mezu argi bat.
Mezu argirik
ezean, ofiziala da garaile. Gasteizaldeko batailek, Gasteiz inguruetan eman
baitziren, Espainiaren independentzia goraipatuko dute, esan gabe, horiek beraiek
menpeko bihurtu gintuztela euskaldun oro. Ez al dago loturarik Araban eta
Nafarroan ibili zen ejertzitoa eta Donostia erraustu zuenaren artean? Inork
erlazionatu al ditu gertaera horiek?
Bai inbaditzaile
ziren ejertzito aliatu espainiar, britainiar eta portugaldarrak, bai eta frantziarrak ere bisitan etortzen badira,
ongi etorri. Barkamena eskatzera, egindakoa aitortzera eta adiskidetzera etorri
badira, gu ez gara mendekuzale. Boterea erakustera etorri badira, ordea, ez
daitezen gure artean nahastu eta joan daitezela etorritako bidetik.
Beñi Agirre
Euskara irakaslea
Las señales de color caqui han estado pegadas a las puertas de nuestras viviendas con una intensidad que finalmente se ha convertido en familiar. No debería ser así y, por ello, cíclicamente, suenan melodías críticas sobre espectáculos convertidos en costumbres y maquillados como tradición. Los alardes sexistas de Irun y Hondarribia son el paradigma de lo que fue el medio militar, humillante para las mujeres convertidas a lo sumo en cantineras (prostitutas) de la tropa.
La huella de cientos de años aun perdura, no tanto en esos escenarios lejanos convertidos ahora en nuevos candidatos a la ocupación en defensa de intereses estratégicos (económicos), sino en casa. Afganistán, Iraq, Malí... son lugar para soldados profesionales y mercenarios, no para jóvenes secuestrados. Aunque los fines son muy similares a los de antaño.
Decenas de años después de los tres grandes hitos que marcaron la historia vasca del siglo XX (las dos guerras mundiales y la civil española), todavía perduran entre nosotros los símbolos de aquellas confrontaciones que provocaron un holocausto, varios genocidios y la pérdida generacional de numerosos jóvenes que vieron trucado su paso por la vida. Miles de símbolos en forma de placas, monumentos, referencias bélicas y tradiciones ignominiosas.
No sólo de entonces, sino también de tiempos anteriores. El callejero, las plazas, los institutos vascos llevan el nombre de aquellos militares, de aquellos conquistadores que la historia maquilló para regocijo del mando castrense de cada época. Centenares de nombres se reparten por esquinas y avenidas de Euskal Herria como si permanentemente nos recordaran que debemos agachar el semblante como señal de acatamiento, como si fuéramos un pueblo condenado a sufrir una humillación permanente.
Hombres y mujeres de buena fe, cercanos o lejanos, han terminado por sucumbir ante esta dinámica. Por desconocimiento, por prioridades, por costumbre, por desproteger el flanco simbólico como si el conflicto se desarrollara únicamente entre coordenadas coyunturales. Como si el imaginario colectivo vasco tuviera suficientes defensas naturales como para obviar y defenderse de lo militar.
Oreja, Prim, los Reyes Católicos, Domínguez Arévalo, Careaga, Antoniutti, Chinchilla, Duque de Ahumada, Voluntaria entrega... reyes, generales, comandantes, mariscales, obispos, infantas, almirantes. Una retahíla de «distinguidos» y asimismo de conceptos con un sesgo bélico. Más aun, con una inclinación notoriamente fascistizante, totalitaria e imperial. Victoriosos en la permanente batalla del relato. Gasteiz ensalza a Wellington y Baiona a su enemigo en suelo vasco, Soult. Para vergüenza del país. Ambos dejarían en ridículo las andanzas de cualquier bandolero o guerrillero de apellido vasco. Y sin embargo...
Vienen estas reflexiones a cuento de los actos de exaltación bélica celebrados en Gasteiz hace unos días, en recuerdo de la batalla que en sus cercanías enfrentaron a las dos potencias de entonces, Francia e Inglaterra, hace ahora 200 años. Una representación teatral, en su sentido literal y también en el metafórico, con la que he sentido vergüenza ajena. Un panegírico de la guerra, de los oficiales, de las elites dominantes. De la españolidad más rancia. Del militarismo.
Un trance que ha tenido su continuidad en un acto repetido en Donostia en clandestinidad, por si recibía la recriminación popular, pero que Vocento ya se he encargado de publicitar, en un estilo que recordaba al del franquista Nodo. Un grupo de 50 militares británicos, procedentes de Afganistán en guerra, se han acercado a la capital guipuzcoana después de recibir el apoyo militar hispano en Araka, donde fueron aleccionados. Recorrieron los lugares de la tragedia de hace 200 años y reivindicaron el papel, junto al medio de comunicación (propaganda), de los que les precedieron. De los verdugos, violadores, saqueadores, asesinos, de su misma compañía hace dos siglos. ¿Es que el pasado exime de responsabilidad, aunque sea histórica?
Una sociedad civil que ya entonces, en los tiempos de hace 200 años, los que nos ocupan, mantuvo una actitud digna de encomio. Que puso los mimbres para forjar nuestro relato. Que desertó en masa ante los llamamientos a esa guerra inútil entre imperios. Y por ello lo detestaron aquellos que hoy son héroes de estado (Wellington, Napoleón, Castaños). Jóvenes entonces que ante su huida para combatir bajo estandartes extraños, recibieron el castigo en sus familias. Castaños, el hoy laureado, ordenó secuestrar a las familias de los desertores vascos. Y las mantuvo como rehenes incluso después de concluida la contienda. Venganza. Wellington, medalla de oro de la ciudad de Gasteiz, mintió como bellaco sobre la razia que su gente realizó en Donostia.
Aquel fue el relato.
Y por eso no puedo finalizar sin redundar en esa vergüenza y coraje que siento ante tanta parada militar.
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Iñaki Egaña | Historiador
La militarización simbólica del presente
http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130629/410705/es/La-militarizacion-simbolica-presente
Ejércitos, soldados y armas han sido expresiones
relacionadas con el país, desde aquellos tiempos en los que las
carreteras eran caminos de trashumancia. Los cuarteles, los campamentos
militares, delimitaban las fronteras, a menudo difusas, mientras las
ciudades acogían a los centros de intervención rápida. El Regimiento de
Cazadores América en Iruñea, el de las fuerzas especiales de Baiona, los
cuarteles de Araka, Garellano, Loiola... todavía en el corazón urbano
de Euskal Herria.
Las subdelegaciones de defensa en cada territorio vasco, hoy
convertidos en provincias, nos traen ese eco cercano de aquellos
gobernadores militares que hasta hace bien poco marcaban el paso no sólo
en los desfiles de la llamada Semana Santa, sino también en la vida
política diaria. Estos delegados son los restos de una ocupación
colonial dispersada por el mundo, liderada por el emblema monárquico. La
delegación divina.Las señales de color caqui han estado pegadas a las puertas de nuestras viviendas con una intensidad que finalmente se ha convertido en familiar. No debería ser así y, por ello, cíclicamente, suenan melodías críticas sobre espectáculos convertidos en costumbres y maquillados como tradición. Los alardes sexistas de Irun y Hondarribia son el paradigma de lo que fue el medio militar, humillante para las mujeres convertidas a lo sumo en cantineras (prostitutas) de la tropa.
A pesar de lo citado, es notoria la pérdida de peso
del «elemento» militar en la vida cotidiana. La desaparición del
servicio militar obligatorio es una de esas victorias populares a las
que las generaciones posteriores apenas le dan valor. Jamás conocieron
el secuestro legal. Un pasaje dramático de la historia que, obviamente,
los historiadores constitucionalistas obviarán.
Miles de muertos entre los vascos peninsulares en Cuba, Rif,
Guinea... y otros tantos continentales en Prusia, China, Argelia,
Indochina. Un servicio militar obligatorio que impregnaba
patrióticamente a aquellos jóvenes que ni siquiera conocían la
metrópoli, en la mayoría de los casos que tampoco sabían de la lengua de
Cervantes, ni la de Molière. «Morts pour la patrie», en la canción de
Gorka Knor.La huella de cientos de años aun perdura, no tanto en esos escenarios lejanos convertidos ahora en nuevos candidatos a la ocupación en defensa de intereses estratégicos (económicos), sino en casa. Afganistán, Iraq, Malí... son lugar para soldados profesionales y mercenarios, no para jóvenes secuestrados. Aunque los fines son muy similares a los de antaño.
Decenas de años después de los tres grandes hitos que marcaron la historia vasca del siglo XX (las dos guerras mundiales y la civil española), todavía perduran entre nosotros los símbolos de aquellas confrontaciones que provocaron un holocausto, varios genocidios y la pérdida generacional de numerosos jóvenes que vieron trucado su paso por la vida. Miles de símbolos en forma de placas, monumentos, referencias bélicas y tradiciones ignominiosas.
No sólo de entonces, sino también de tiempos anteriores. El callejero, las plazas, los institutos vascos llevan el nombre de aquellos militares, de aquellos conquistadores que la historia maquilló para regocijo del mando castrense de cada época. Centenares de nombres se reparten por esquinas y avenidas de Euskal Herria como si permanentemente nos recordaran que debemos agachar el semblante como señal de acatamiento, como si fuéramos un pueblo condenado a sufrir una humillación permanente.
Hombres y mujeres de buena fe, cercanos o lejanos, han terminado por sucumbir ante esta dinámica. Por desconocimiento, por prioridades, por costumbre, por desproteger el flanco simbólico como si el conflicto se desarrollara únicamente entre coordenadas coyunturales. Como si el imaginario colectivo vasco tuviera suficientes defensas naturales como para obviar y defenderse de lo militar.
Oreja, Prim, los Reyes Católicos, Domínguez Arévalo, Careaga, Antoniutti, Chinchilla, Duque de Ahumada, Voluntaria entrega... reyes, generales, comandantes, mariscales, obispos, infantas, almirantes. Una retahíla de «distinguidos» y asimismo de conceptos con un sesgo bélico. Más aun, con una inclinación notoriamente fascistizante, totalitaria e imperial. Victoriosos en la permanente batalla del relato. Gasteiz ensalza a Wellington y Baiona a su enemigo en suelo vasco, Soult. Para vergüenza del país. Ambos dejarían en ridículo las andanzas de cualquier bandolero o guerrillero de apellido vasco. Y sin embargo...
He puesto un ejemplo con el callejero. Pero todas
las facetas de la vida social vasca están impregnadas de esos olores.
Incluso la educación que, como decía el admirado Nelson Mandela, es la
base del futuro y del cambio. Si de verdad en Madrid o en París se
dedicaran a leer los textos que aprenden nuestros hijos y nietos no
tendrían las dudas que afirman poseer. No sufrirían la congoja que me
azota cada vez que uno de esos libros llega a mis manos.
Porque el pasado y su simbolismo llega hasta nosotros de manera
sutil. Como si lo transmitido no fuera extraño. En los rótulos, en las
placas insultantes a la inteligencia como la de Oquendo en Donostia, el
águila fascista de Moyua en Bilbo. En las maniobras «intrascendentes» en
Gorbeia, en Irati, en Intxortas. Como si la crítica y su percepción
fuera tomar partido por la revolución polpotiana. ¡Cuán contaminados
estamos!Vienen estas reflexiones a cuento de los actos de exaltación bélica celebrados en Gasteiz hace unos días, en recuerdo de la batalla que en sus cercanías enfrentaron a las dos potencias de entonces, Francia e Inglaterra, hace ahora 200 años. Una representación teatral, en su sentido literal y también en el metafórico, con la que he sentido vergüenza ajena. Un panegírico de la guerra, de los oficiales, de las elites dominantes. De la españolidad más rancia. Del militarismo.
Un trance que ha tenido su continuidad en un acto repetido en Donostia en clandestinidad, por si recibía la recriminación popular, pero que Vocento ya se he encargado de publicitar, en un estilo que recordaba al del franquista Nodo. Un grupo de 50 militares británicos, procedentes de Afganistán en guerra, se han acercado a la capital guipuzcoana después de recibir el apoyo militar hispano en Araka, donde fueron aleccionados. Recorrieron los lugares de la tragedia de hace 200 años y reivindicaron el papel, junto al medio de comunicación (propaganda), de los que les precedieron. De los verdugos, violadores, saqueadores, asesinos, de su misma compañía hace dos siglos. ¿Es que el pasado exime de responsabilidad, aunque sea histórica?
La frivolidad es una elección. Y en estos casos, una
elección ideológicamente definida. Con el estado anormal de las cosas.
Con la alteración interesada del relato. La militarización simbólica del
presente tiene un componente tan preciso como político. De la misma
manera que los banqueros cierran filas en estos tiempos de estafas
financieras, el lobby militar declinará hablar, debatir, de lo
acontecido porque han hecho un relato a medida. Han acotado un terreno
para sus tropas y un entramado civil que lo apoya.
Si los ejemplos de Gasteiz y Donostia son paradigmas de una tendencia
secular, los vecinos de Arbizu nos han recordado recientemente que,
fuera del cuartel, de sus guerras y de sus batallas, la población civil
tiene la palabra. Una población, la navarra, que recordó con sentimiento
las atrocidades cometidas por la tropa en un emotivo evento
representado en auzolan.Una sociedad civil que ya entonces, en los tiempos de hace 200 años, los que nos ocupan, mantuvo una actitud digna de encomio. Que puso los mimbres para forjar nuestro relato. Que desertó en masa ante los llamamientos a esa guerra inútil entre imperios. Y por ello lo detestaron aquellos que hoy son héroes de estado (Wellington, Napoleón, Castaños). Jóvenes entonces que ante su huida para combatir bajo estandartes extraños, recibieron el castigo en sus familias. Castaños, el hoy laureado, ordenó secuestrar a las familias de los desertores vascos. Y las mantuvo como rehenes incluso después de concluida la contienda. Venganza. Wellington, medalla de oro de la ciudad de Gasteiz, mintió como bellaco sobre la razia que su gente realizó en Donostia.
Aquel fue el relato.
Y por eso no puedo finalizar sin redundar en esa vergüenza y coraje que siento ante tanta parada militar.
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